sábado, 11 de abril de 2020

Sábado Santo por la mañana

Oración Sábado Santo (Mañana)
1. Introducción al día
(ESCUCHAR AUDIO)

2. Texto:
Muda se ha quedado la tierra..
muda toda la creación...
mientras duerme el sueño de la muerte,
Jesús, el Señor.
Silencio de Dios.
Silencio insoportable.
Silencio para pensar y proyectar futuro nuevo.
Silencio para recorrer caminos
que parecen imposibles.
Silencio para echar a andar
en medio de la niebla
y las tinieblas.
Silencio de Dios.
Silencio. Silencio. Silencio.
Ahora que todo está en silencio, Señor,
quiero hablar, quiero hablarte.
¿Dónde está tu rostro?
¿Dónde tus palabras amigas?
¿Dónde los gestos que hacen caminar?
¿Dónde te escondes, Dios?
En este Sábado Santo
te llamo desde mi silencio,
desde mi soledad,
desde mis ganas inmensas de oír tu voz
y sentir tu cercanía.
Déjame decirte, Señor, ¿por qué callas tanto?
Me buscas con tu silencio.
Me pones en camino desde el silencio...
Yo, Señor, me quedo aquí
esperando que hables,
esperando que el silencio sea fecundo, esperando tus huellas en mi camino.
Yo, Señor, sigo esperando contra toda esperanza porque eres un Dios fiel.
Un día, cuando menos lo espere,
tu palabra regará mi silencio
y la vida brotará de nuevo.

3. Canción: ¿Quién nos va a salvar) (MODA)
Oigo a las calles respirar,
el eco del humo no se va.
Vivimos esperando, que pase algo ya.
Hasta las sombras quieren escapar, la foto ha salido mal.
Una pregunta escrita en la pared ¿quién nos va a salvar?.
Es la cadencia, de la decadencia
Es la cadencia. Autocomplacencia.
Es la cadencia, de la decadencia
Es la cadencia. ¿Quién nos va a salvar?
Dos amantes en el filo de un cristal.
No tendrás otra oportunidad.
Lo hemos tenido todo, lo hemos dejado caer.
Hasta las sombras quieren escapar, la foto ha salido mal.
Una pregunta escrita en la pared ¿quién nos va a salvar?.
Es la cadencia, de la decadencia.
Es la cadencia. Autocomplacencia.
Es la cadencia, de la decadencia.
Es la cadencia. ¿Quién nos va a salvar?

4. Meditación y reflexión (discípulos Emaús)
Jesús muerto y resucitado es la razón de ser de nuestra fe cristiana, el núcleo de nuestra
esperanza, el impulsor de nuestra lucha y compromiso con el mundo nuevo, el centro del
testimonio que queremos dar en medio de la sociedad. Pero ¿cómo y dónde experimentamos
hoy, los creyentes, la presencia de Jesús resucitado?
Muchos cristianos creen que la fe es algo que puede vivirse aparte de la vida diaria; como si
fuera un añadido a ella. Y así, buscan a Dios o a Jesús fuera del compromiso por un mundo
fraterno. No saben, o no quieren saberlo, que la fe es un encuentro con Jesús que se produce
y desarrolla en los acontecimientos de la vida ordinaria. En ellos surge la noticia de lo que
sucede. Mientras se camina, hay tiempo para reflexionarlos, interpretarlos, y asimilarlos.
Sentados no podemos llegar a ninguna parte.
El mismo día de la resurrección, dos discípulos caminan hacia la aldea de Emaús, situada a
unos doce kilómetros al noroeste de Jerusalén.
Habían perdido a Jesús, y se dispersan; dejan el
grupo de los discípulos y vuelven a su mundo
viejo, a sus ocupaciones pasadas, como si la
persona y el mensaje de Jesús hubieran sido un
simple paréntesis de ilusión en el caminar de sus
vidas.
Los dos se alejan de Jerusalén, en donde siguen
reunidos los discípulos a puerta cerrada. La ruina
de la comunidad es total. El futuro del
cristianismo está en juego. Todo va a decidirse, al
todo o nada, en las próximas horas.
Así que Jesús les sale al encuentro como un caminante más. Para su sorpresa, este súbito
acompañante no vive en la desesperanza. Está sereno y confiado. Pero ¿por qué estos dos
discípulos no pueden reconocer a Jesús, si han vivido con él los momentos más
extraordinarios de sus vidas? Porque tienen vendados los ojos a causa de lo increíble del
mensaje pascual. Encerrados en su pena, paralizados por la autocompasión, no pueden ver
nada. Ni siquiera le preguntan cómo se llama. Sólo hablan y hablan de su situación perdida.
Son ellos el centro de toda la charla. Lucas, el evangelista de la sensibilidad humana, nos
descubre el drama íntimo de aquellos discípulos de Jesús que, frente a todo pronóstico, son
incapaces de ver a Jesús, y nos insinúa que para ver al Maestro resucitado la primera
condición es ver al hombre que camina a nuestro lado. Quien no ve al prójimo, no puede ver
a Jesús.
“¿Cuál es esa conversación que os traéis mientras vais de camino?”, les pregunta el Maestro.
La pareja ha oído el anuncio de las mujeres, han visto el sepulcro vacío. Pero esto no basta
para convencerles: a él no lo han visto.

Su problema es muy serio… y muy actual. No podrán (y no podremos) ver a Jesús mientras
no modifiquen (modifiquemos) la idea que se han formado de él, mientras no comprendan
(comprendamos) lo más esencial: que su reino no tiene nada que ver con el poder, porque es
el reino del amor en el servicio. ¿Cómo lo van a reconocer, cómo lo vamos a reconocer en
ese hombre común que se les ha unido en el camino?
Los discípulos de Emaús son
la expresión de los cristianos
de hoy y de siempre, que
vivimos tantas veces
desilusionados, y
desengañados. Cleofás y su
mujer reflejan nuestra
situación actual, personal y
comunitaria, de desánimo,
oscuridad, falta de ilusión,
quejas sin búsqueda de
soluciones, huida de la
comunidad. Cristianismo éste, el nuestro también, de fáciles lamentaciones, y de constantes
incertidumbres y dudas.
Nuestra esperanza está escasamente proyectada hacia el futuro, por lo que ya no es esperanza,
sino mero cálculo humano, cerrado a la poderosa intervención divina. Vivimos, a veces, como
si el Maestro no estuviera vivo, y se nos hace irreconocible por nuestro cansancio, pereza,
aplazamientos, cobardía, o individualismo. Pero en cuanto le dejan, el Maestro empieza a
hablarles de las Escrituras.
Hemos de reconocer que los cristianos no sabemos leer las Escrituras. Conocemos
superficialmente las narraciones, pero no profundizamos en su sentido. Necesitamos volver
a las fuentes, como hizo el Maestro con aquellos dos discípulos por el camino. Necesitamos
descubrir el misterio de la existencia humana en el misterio de Jesús, que nos sitúa en el
verdadero camino humano y divino: el del amor y el del servicio, a vida o muerte.
Y llegan al término del viaje. Jesús pretende seguir caminando, pero es invitado a que se
quede con ellos. Y lo que aún no había conseguido el Maestro con sus explicaciones, lo
conseguirá con sus gestos. Al partir Jesús el pan, lo reconocieron. Quizá porque vieron las
marcas de los clavos en sus muñecas, y cayeron de repente en la cuenta. Entonces la fe
despierta, y el corazón es invitado a ver más allá de las apariencias. Jesús resucitado está allí,
iluminando la aventura de la vida futura, que se abre camino.
"Pero tan pronto como lo reconocieron, despareció de su vista". Porque el cristiano no ha sido
llamado a la vida contemplativa, como a los apóstoles no se les permitió plantar tiendas en el
monte de la transfiguración. Ahora comprenden lo que les sucedía cuando el extraño
acompañante les explicaba las Escrituras por el camino: les parecía que les ardía el corazón.

Siempre permanecerá en el misterio saber con precisión cómo llegaron esos dos caminantes
a este nuevo conocimiento de Jesús. Pero lo que sí sabemos es cuál fue su reacción después
de haber abierto los ojos a lo imposible. Los dos discípulos, olvidando su cansancio y que la
noche ya se había echado, se levantan y corren, locos de alegría, a comunicar la gran noticia
al resto de los discípulos. El descubrimiento les lleva necesariamente a compartir, a la
comunicación, al testimonio. Nada podía ser ya como antes.
Así que vuelven con sus hermanos. Su puesto está allí, en la edificación de la comunidad de
seguidores de Jesús, en el testimonio de lo que han descubierto. Saben ahora que el Maestro
ha resucitado, y quieren convencer al resto. ¡Y se encuentran con que la comunidad está
celebrando lo mismo que ellos!, porque Jesús se ha aparecido también a Pedro. ¡Qué lección
para las distintas denominaciones cristianas! Pensando que sólo unos disponen de la buena
noticia del verdadero Jesús resucitado, descubrimos que los otros también han disfrutado de
su aparición, y que celebran, con la misma alegría que nosotros, su presencia entre ellos.
Porque Jesús es un Maestro indómito, que no se deja encadenar por grupos o denominaciones.
Él quiere estar con todos y en todos. Y a todos se aparece, para alegría de todos.
Después de aquello, la suerte estaba echada. El futuro del cristianismo se había jugado al todo
o nada, aquella misma noche, y Jesús había ganado la partida. Desde aquel momento, la
incipiente comunidad cristiana desbordó de pasión por la comunicación del nuevo Reino de
Dios. Aquellos hombres y mujeres, antes temerosos, acobardados y desanimados, se
convirtieron en la semilla de lo que hoy disfrutamos y celebramos como cristianos. Ya no
echaban de menos el tiempo de la vida terrena de Jesús. En medio de las más duras
persecuciones (el libro de los Hechos de los Apóstoles está plagado de ellas), de los fracasos
y de los golpes, eran capaces de experimentar que el Señor estaba en medio de ellos, más
vivo que nunca.
Hoy, la historia puede repetirse. Sólo tendremos que estar dispuestos caminar un ratito al lado
de ese extraño personaje que se nos acerca y nos pregunta así, como quien no quiere la cosa,
“¿De qué estáis hablando, y por qué estáis tan tristes…?”.
De ahora en adelante, podremos encontrar al Maestro en nuestros caminos. Viaja de
incógnito. Es uno cualquiera, tiene el aspecto común de las personas comunes. Y nos espera
para una cita con lo imprevisible…

REFLEXIÓN Y ORACIÓN:
Hemos visto como se encontraron con Jesús los discípulos y hemos intentado entender
el significado de lo ocurrido.
Sin embargo, eso no es suficiente, porque Jesús en nuestro camino no es una idea que
haya que entender de forma puramente intelectual. No es suficiente porque Jesús no es
una idea, es una persona, que sigue ahí, en el camino, esperándote.
Y por esto, no es suficiente con intentar entenderlo, sino que hay que vivirlo. Ahora
tiene la oportunidad ideal para hacerlo. Tiempo por delante, silencio suficiente, la
tristeza por la muerte de Jesús en el cuerpo y la esperanza de su resurrección en el
corazón.
Deja que Jesús te acompañe y escúchale. Simplemente haz silencio en tu interior y
abre tu corazón. Puedes apoyarte en los textos, pero no olvides que lo importante está
ahí, en el camino, esperándote a ti personalmente.
• ¿Te has sentido identificado en algún momento con alguno de los personajes?
¿En qué momento?
• Métete en la situación, en el camino, en el que de repente, Jesús se hace el
encontradizo ¿se te ha hecho alguna vez Jesús el encontradizo? Quizás en un
primer momento no lo viviste así (como los discípulos) pero luego te diste
cuenta de que Jesús había pasado por tu vida de una forma especial.
• ¿Has sentido alguna vez esa cierta desesperanza y decepción de los discípulos?
Conecta con esa sensación de mundo gris, de que este mundo parece que no va
da para más… porque hoy a la noche lo imposible se hace posible. La Vida
vence a la muerte?

5. Oración final
Ha retumbado el grito del Hijo de Dios:
“Padre, ¿por qué me has abandonado?”,
y toda la tierra se ha estremecido.
Ya podemos callarnos,
como calla el Hijo en el silencio de la muerte.
Sobran las palabras y los comentarios.
Sólo es posible la espera.
Sólo la esperanza da fuerzas para vivir.
Hoy no podemos vivir de palabras.
Hoy sólo podemos vivir
esperando el fruto de la Palabra.
Danos silencio interior,
danos silencio de corazón,
para vivir esperando lo que Tú quieres.
Danos silencio, para entender
lo que no podremos entender jamás.
Danos silencio de corazón,
para que tu Espíritu remueva nuestro
Espíritu.
Danos silencio profundo,
para morir a tantas palabras vacías,
que son excusas,
como las del día de la primera caída.
Danos silencio, para caer en la cuenta
de lo que hemos hecho.
Danos, Señor, silencio, para que podamos vivir
la novedad que está detrás de la noche.

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