viernes, 10 de abril de 2020

Viernes Santo

VIERNES SANTO. 
JESÚS COMPARTE NUESTRO DOLOR 
Y EL DE NUESTRO PUEBLO 
“Ahora llega para mi siervo la hora del éxito; será exaltado, puesto en lo más alto. Así como muchos quedaron espantados al verlo, pues estaba tan desfigurado, que ya no parecía un ser humano.” (Is. 52,13-14). El día Viernes Santo, Jesús inicia el desenlace del anuncio del Reino de su Padre. Lo ha estado anunciando a Israel, con signos y enseñanzas, lo ha asumido y experimentado por él y todos los que lo seguían y admiraban. Pero es en esta Pascua que el cumplimiento de la Antigua Alianza llega a su perfección en otra nueva, cuyo cordero pascual se prefigura en la imagen del siervo doliente descrita por el profeta Isaías. Israel ya está dividido entre los que creen en las palabras de Jesús y quienes padecen los inconvenientes de un Mesías servidor. Jesús ha experimentado toda su vida las bienaventuranzas, las ha vivido intensamente y la ha concretado en cada instante. Se ha hecho servidor y maestro de multitudes en nombre de su Padre, quien busca nuestro encuentro. Jesús ha pasado la Pascua con sus discípulos y ha compartido su vida en torno a la mesa, en la eucaristía. Pedro sabe que Jesús es el Mesías y, pese a su lucha interna, se ha dejado lavar los pies por su propio Señor. Tal vez, como Pedro, deberíamos comprender que es Dios quien viene y se acerca porque quiere nuestra felicidad, porque no es indiferente a nuestro destino. Jesús no hace gala de su condición de Dios, sino de su condición de hombre fiel al amor de su Padre, por eso, Jesús acoge al ignorante, al marginado, a las mujeres, a los niños, a todos los que no encuentran sentido a la vida... Jesús comparte nuestra vida y nuestra historia. Su proyecto ha sido reconciliarnos con su Padre. Ese es el camino de las bienaventuranzas: ser hijos de Dios. Ellas son un reflejo limpio de es ”ser hijos”; recorrerlas es una exigencia de nuestro ser para vivir hoy y comportarnos según esta identidad de Hijos que nos da la vida en el Espíritu. Jesús es el bienaventurado en quien tocamos al ser humano hecho a imagen y semejanza de su creador. Pero es nuestra mirada la distorsionada, son las miopías de quienes tienen a Jesús en frente y son incapaces de reconocer al mismo Hijo de Dios. Esas son también nuestras cegueras. Nuestra vida es cuesta arriba. No es fácil cargar nuestros errores, ignorancias, desesperanzas, y carencias, especialmente en la convivencia con el mundo. Por eso, ahora, al mirar a Jesús en su entrega sabemos que lo hace en libertad. Él es bueno, compasivo, misericordioso. En su intimidad, Jesús es incapaz de traicionar a su Padre o a sí mismo. Prefiere llevar su opción por el Reino hasta las últimas consecuencias, sin desdecirse de ninguno de sus días, porque eso significaría desdecirse de su Padre. El no es un fraude, ha venido a darnos vida y en abundancia. Sabe que la necesitamos, y está compartiendo la inquietud ante la violencia descomunal que impregna las estructuras sociales, económicas y políticas, que nuestra sociedad conoce bien. Muchas veces, aceptamos, reforzamos o repetimos este daño en el núcleo personal, familiar y hasta comunitario. Esta es una constante en nuestra vida y si miras bien verás que es Jesús quien la sobrelleva toda su vida: nace y cae sobre él la amenaza de muerte, crece como cualquier otro niño de Israel con un entorno represivo y doloroso, luego, trabaja, y además, descubre en carne propia la tentación de abandonarse a otras manos que no son las su Padre, por eso comprende a los heridos y maltratados de su tiempo, y goza intensamente con el arrepentimiento sincero. Jesús es hijo de Dios Altísimo, y ha escogido solidarizar con nosotros desde nuestras situaciones y conflictos y dejándose traspasar por la muerte. 2.


FELICES LOS QUE ENTREGAN SU VIDA POR LOS DEMÁS 
“Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que él soportaba! Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas...” ( Is. 53,4-5) Jesús de Nazaret, el maestro compasivo, sonriente y veraz, encarna al hombre verdadero capaz de amar y ser amado, porque está en comunión con la fuente de la vida. Y aunque teme pasar por la muerte, en esta Pascua, asume la cruz y carga con nuestros dolores y rupturas existenciales: el pecado que afecta toda vida. Nuestra vida está torcida. No es precisamente una bienaventuranza. Seguir a Jesús es un asunto de confianza no acabada. Y sin embargo, el intento cotidiano, por imperceptible que parezca, parece causar una fiesta en el corazón de la Trinidad. Somos parte de un mundo dolido que se daña a sí mismo, sufrimos el mal que viene desde fuera, y aunque nos declaremos incapaces de perjudicar conscientemente a otros, somos también, impotentes de frenar absolutamente ese daño. De algún modo vivimos el antigénesis, aún en tiempos de resurrección se trata del contraste de la vida, asumida por Jesús en su Pascua. Es una paradoja que no se ajusta a la creación en su estado original: la ruptura con Dios; el volcarse sobre sí que, en definitiva, nos pone en conflicto con la naturaleza, el ser humano contra otro ser humano, y a la vez dividido enfrentándose a sí mismo. Tú podrás reconocer esto en tu vida, en tu familia, en la calle, en el trabajo, en la cafetería... En Jesús crucificado, en su grito desgarrador, estamos nosotros presentes. Él ha optado por un compromiso solidario con nosotros; él ha cargado con todo el daño, él ha entregado su cuerpo, su sangre y su vida por nosotros. Mira a tu alrededor... verás a Jesús crucificado en todo el que sufre y busca apoyo, y más aún, en aquel que ya no tiene esperanza. La diferencia entre Jesús y nosotros es que él es inocente, pero lamentablemente, no podemos decir lo mismo de nuestra historia, porque consciente o inconscientemente somos cómplices de las injusticias, de la miseria, de la desesperanza, de todo lo que ensombrece la creación y su máxima expresión: el ser humano. Somos todos y cada uno capaces de engendrar el desamor. Pero Jesucristo no está crucificado para dejarnos en el reino de nuestras propias sombras. Desde la cruz brota vida nueva y bienaventurada. Amar en todo y siempre es la consigna que nos une a Jesús: amarnos a nosotros mismos, a nuestras familias, a los amigos y enemigos, a los encarcelados, a los enfermos, a los débiles, a los abandonados, a nuestra sociedad tal como es aceptando las cosas como son, para transfigurarlas desde el amor. Necesitamos amar como ama Jesucristo al mundo, amar en su estilo constructivo, irreductible al puro sentimiento, comprometido, solidario, tierno, audaz, liberador, alegre, concreto, definitivo. Jesús en la cruz está reflejándonos la imagen del mundo que se construye sin Dios, sin amor y que nosotros conocemos por experiencia propia. Pero la muerte no es la última palabra. En este Viernes Santo, escucha a Jesús crucificado, míralo; Él no se ausenta de los conflictos ni huye de la muerte. Por el contrario, nos convoca a amar contra toda incapacidad humana que no ama, a esperar contra toda esperanza. Porque no hay amor más grande que dar la vida, y el amor es más fuerte. No renuncies a esta opción; tomar tu cruz como él lo ha hecho, y avancemos, en el Espíritu Santo, hacia el corazón del Padre, que ya ha salido a nuestro encuentro. Pautas para la oración personal. 1. Haz silencio exterior e interior. Centra tu corazón. Ponte en presencia de Dios. Toma conciencia de que Dios está presente y te quiere hablar al corazón... 2. Puedes leer el texto de Isaías 52, 13-53,12 . Léelo con tranquilidad, dejándote invadir por sus palabras. La oración es siempre fuente de vida, por eso, deja que nazcan en ti los deseos de mirar tu vida, de mirar la vida de Jesús, pídele al Señor que puedas ver con sus ojos tu historia. 3. Quédate ante Jesús crucificado. Habla con él. Contémplalo y busca conocerlo mejor. Entrar en su misteriosa forma de amar. 4. Pídele que te lleve a reconocer tus rupturas personales, familiares. 5. Mira a tu alrededor, observa a los que sufren, y en tu oración pide para conocer cual es tu participación en el pecado social que destruye o impide crecer como hijos de Dios. 6. Pídele que también te enseñe a seguirlo, a amar a los demás con la libertad y generosidad que él tiene, para poder cargar con tu propia cruz. 7. Agradece a Jesús su entrega. Agradece y deja que nazca en tu corazón una forma concreta de dar las gracias. Cuando esto ocurra, comprométete, porque Jesús asegura que no hay mayor felicidad que la de servir. 8. Termina orando con el texto “Queremos acompañar tu sufrimiento”.

 LECTURA (Is 52, 13 – 53, 12)
Mirad, mi siervo tendrá éxito, subirá y crecerá mucho. Como muchos se espantaron de él, porque desfigurado no parecía hombre, ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchos pueblos, ante él los reyes cerrarán la boca, al ver algo inenarrable y contemplar algo inaudito.¿Quién creyó nuestro anuncio? ¿a quién se reveló el brazo del Señor?. Creció en su presencia como brote, como raíz en tierra árida, sin figura, sin belleza. Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores, acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultan los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimamos leproso, herido de Dios y humillado; pero él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre él, sus cicatrices nos curaron. Todos errábamos como ovejas, cada uno siguiendo su camino; y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes. Maltratado, voluntariamente se humillaba y no abría la boca; como cordero llevado al matadero, como oveja ante el esquilador, enmudecía y no abría la boca. Sin defensa, sin justicia, se lo llevaron, ¿quién meditó en su destino?. Lo arrancaron de la tierra de los vivos, por los pecados de mi pueblo lo hirieron. Le dieron sepultura con los malvados, y una tumba con los malhechores, aunque no había cometido crímenes ni hubo engaño en su boca. El Señor quiso triturarlo con el sufrimiento, y entregar su vida como expiación; verá su descendencia, prolongará sus años, lo que el Señor quiere prosperará por su mano. Por los trabajos de su alma verá la luz, el justo se saciará de conocimiento. Mi siervo justificará a muchos, porque cargó con los crímenes de ellos. Le daré una multitud como parte, y tendrá como despojo una muchedumbre. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los pecadores, él tomó el pecado de muchos e intercedió por los pecadores. Pauta para el trabajo en grupo 1. Compartimos brevemente lo más importante vivido en la oración personal. 2. ¿Cuál es nuestra experiencia comunitaria con Jesús crucificado? 3. ¿ Cómo nos hemos ayudado unos a otros para cargar nuestras cruces? 4. ¿Qué dificultades o limitaciones tenemos para encontrar en el hermano que sufre, a Jesús crucificado? 5. ¿Cómo acompañamos en nuestra vida personal y comunitaria a Jesús en la cruz? 6. ¿De qué modo agradecemos su sacrificio y en qué se nos nota como comunidad que somos verdaderos hijos de Dios?

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